lunes, 28 de enero de 2008

Los trenes

Este fin de semana he ido en tren a Busán, la segunda ciudad en importancia de Corea del Sur. Busán es un calco de Seúl, pero a orillas del mar. Hemos viajado en una especie de tren de alta velocidad que llaman KTX (el AVE coreano). El viaje ha sido limpio, sin atascos, sin retrasos o sorpresas. Me gusta viajar en tren, pero por una u otra razón no lo hago muy a menudo.

Recuerdo con nostalgia cuando hace un par de años viajaba con Tito por Europa hacia las repúblicas bálticas. Aquel verano cogimos innumerables trenes, tanto reales como imaginarios. Los primeros eran trenes destartalados, sucios y viejos, que aún olían a telón de acero. Lentos y ruidosos avanzaban a través del verde verano polaco. El viaje en tren no dejaba de tener un componente romántico y en ocasiones parecía sentirme como un Miguel Strogoff contemporáneo que cruzaba el mundo para entregar su correo... Aquellos trenes ex-soviéticos no eran demasiado cómodos, y solíamos salir al pasillo, donde sacábamos la cabeza por la ventana para mirar y respirar. La cadencia del tren, su circular tranquilo, el aire en la cara, y los paisajes que llegaban y se alejaban, hacían aquellos momentos ideales para el ascetismo y las reflexiones más íntimas.

Pero aquellos profundos momentos de autorrecogimiento y ferrocarril, de comunión entre paisajes y traviesas, acababan siempre de la manera más triste. Los pinos y los arroyos igual que surgieron, iban desapareciendo, y poco a poco, esporádicas visiones, cada vez más frecuentes, iban creando en mí un estado de desánimo y desolación. La pequeña vía por la que nos movíamos repentinamente iba escoltada por tres compañeras, paralelas e implacables; las brillantes casitas de campo dejaban paso a tristes y sucios suburbios de grafiti y alambre de espino; los cables y tendidos oscurecían el cielo, y los niños que saludaban al tren desde sus bicicletas ahora eran mendigos que se refugiaban bajo los túneles ferroviarios.

No podemos verlo, no queremos.. Los suburbios, la pobreza y la suciedad surgen de la nada. De pequeño pensaba que todo aquello que tocaba el tren lo destruía, pero ahora sé que no es así. Todo estaba ahí mucho antes de que la máquina de vapor fuera inventada. Cuando el tren atraviesa a la gran urbe como una lanza, no la mata; sólo desfigura su rostro. Mientras las vías rasgan la piel de la ciudad, sólo los viajeros que quieren mirar son conscientes de la realidad paralela, del inframundo que ha destapado el convoy. Con un poco de suerte, en la estación ya habrá pasado todo y podrán olvidar lo que han visto.

"Tren interruptus"



Vía polaca




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miércoles, 23 de enero de 2008

El hombre que casi conoció a Michi Panero

El otro día coincidí con el gran Antonio Moreno en el messenger. Hacía tiempo que no sabía nada de él, pero ya sabéis como somos los machos, que no necesitamos hablar muy a menudo para seguir siendo amigos. Antonio Moreno (nombre y apellido son siameses) ha sido un gran compañero y un colegial ilustre del CMU Empresa Pública alias "El Negro". Hemos compartido muy buenos momentos juntos.

Recuerdo como los dos debutamos futbolísticamente en la liga interna del colegio mayor, en el mítico"Sidney United" (capitaneado por Nico Afonso y su duende) y como perdimos todos y cada uno de los partidos. También recuerdo haber pasado grandísimos momentos de absueto escuchando a Victoria, a Soledad y a Andrés o a los vicios caros de Ariel. Irrepetibles momentos musicales.

Antonio Moreno y yo hemos seguido unas sendas musicales bastante similares, y es muy reconfortante darse cuenta de que incluso habiendo perdido el contacto, una vez retomado de nuevo, dichas sendas musicales han sido prácticamente idénticas, paralelas, sin saber una de la otra, sin contaminarse. En ocasiones veo como Antonio pone mensajes en el messenger de alguna canción. Reconozco a Calamaro. Reconozco a Quique. Reconozco incluso a Nacho Vegas cuando casi conoció a Michi Panero.








domingo, 20 de enero de 2008

El Motel

Recuerdo con gracia aquel viernes en el que Manolo, Ciro y yo salimos a buscar un hostalillo barato para Pablo, el nuevo becario que iba a incorporarse tardíamente a filas. Su llegada era inminente, e intentamos buscar un alojamiento con una aceptable relación calidad precio. La estancia sería provisional, por tres o cuatro días, el tiempo que tardásemos en encontrarle un apartamento decente.

La zona de Sinchon, en la que vivimos, es uno de los muchos centros de la inmensa Seúl. Sinchon es un barrio joven y bullicioso, de brillantes neones y de universitarias con faldita. De restaurantes y boutiques, de Mc Donalds y Starbucks cafés. Los anteriores becarios ya vivían aquí, y la mayoría hemos heredado sus pisos. Estamos muy contentos con el lugar porque prácticamente hay de todo y estamos muy bien comunicados con el trabajo. Sinchon es también una zona de bajas pasiones; hay multitud de los llamados "love motel" , en los que los jóvenes no independizados dan rienda suelta a sus instintos más primarios, y los adúlteros gozan de anonimato.

Resulta bastante complicado diferenciar un "love motel" de un hotelucho, un hostal o un motel. La paritcular y caótica fisonomía de los edificios coreanos impide distinguir unos de otros, y la única manera de hacerlo es mediante el clásico procedimiento de prueba y error. Si bien las posibilidades de que se trate de un love motel son más altas cuando menos ventanas tenga el edificio, esto no es una fórmula que garantice el éxito.

Tras descartar por obvios algunos ostentosos y flagrantes templos del sudor y del acartonamiento, decidimos entrar en un local de pinta más virginal e inocente. Cuando el casposo y joven recepcionista nos vio, extranjeros, con nuestros impunentes trajes y conjuntadas corbatas, no puso un mayor interés en atendernos. Nos dirigimos a él y en pantagruélico coreano intentamos preguntarle por la disponibilidad de habitaciones. Según pudimos entender, efectivamente había habitaciones libres. Cuando le explicamos que queríamos una habitación para tres días, levantó la cabeza y nos miró de arriba a abajo. Pude darme cuenta como sonreía disimuladamente. Cuando Manolo le explicó que la habitación era para un amigo de España que iba a venir al día siguiente, el recepcionista ya no disimuló su risa. Supe lo que había pasado por su mente. Imaginarme a cuatro depravados almizcleros encerrados en una habitación de motel durante tres días me produjo un escalofrío más que risa. Salimos de allí pitando; estaba claro que aquello no era lo que buscábamos.




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martes, 15 de enero de 2008

Científicos alteran la orientación sexual de las moscas 'enganchándolas' al alcohol

Leía el otro día en elmundo.es en la sección de ciencia como la archiconocida mosca de la fruta ("drosophila melanogaster") al ser sometida de forma crónica a los efectos del alcohol desarrolla un comportamiento de lo más curioso:

Según los científicos, todas las moscas macho, que normalmente cortejaban a las hembras, ahora también lo hacían con los varones después de haber empinado el codo. Los científicos también comprobaron que aquellas moscas gays y alcohólicas también se volvían más promiscuas, aumentando el número de relaciones homosexuales que mantenían en proporción directa con el grado de cogorza.

Significativo.

La investigación abre la puerta a futuros trabajos sobre los efectos sexuales de la bebida en los seres humanos...



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domingo, 13 de enero de 2008

Hormiguero

Las hormigas coreanas se ven pequeñas desde la ventana de la oficina. Mirando abajo, a lo lejos se puede ver como en ocasiones se chocan entre sí, se saludan y se frotan las patas entre ellas. Una vez comprobado que ambas pertenecen a la misma colonia, prosiguen sus caminos, opuestos, hasta chocarse con otra nueva hormiga, repitiendo el ritual una y otra vez. El hormiguero tiene innumerables entradas y salidas, y desde la planta dieciseis veo como las hormigas desaparecen y aparecen por ellas en un errático y constante vagar.

Seúl son dos ciudades. Subsuelo y superficie. A través de los infinitos túneles el enjambre se traslada prácticamente a cualquier punto de la urbe. El metro agujerea la tierra mojada. Interconexión. Las hormigas coreanas se resguardan del frío, compran, se alimentan, se relacionan e incluso cruzan las calles valíendose de galerías y pasos subterráneos . Abajo están a salvo de una ciudad inhumana en la que el automóvil dio un golpe de estado hace mucho tiempo.

A los pies del enorme edificio que alberga nuestra oficina, hay una gran arteria de asfalto de ocho carriles cuyo final no se acierta a ver. Por ella mana a borbotones un incesante flujo de vehículos de fabricación coreana. De vez en cuando se deja ver algún que otro glóbulo blanco de importación. El inmenso paso de peatones que atraviesa la calzada de lado a lado es sólo un camino seguro durante un intervalo de unos pocos segundos. El verde parpadeo del semáforo es tan breve que la vieja hormiga del tacatá no consigue cruzar.




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sábado, 12 de enero de 2008

La sequía (o "Muy de follar")

-Pero cuéntamelo hombre, que somos amigos...
-¡Si ya te lo he dicho un millón de veces lo que me pasa!
-Yo creo que tienes la suficiente confianza conmigo como para decírmelo.
-Sí...
-Si te lo noto, estás como muy apagado ultimamente, raro y tristón. Nos conocemos.
-Pués lo que me pasa es lo de siempre. Yo es que soy muy de follar, ¿sabes? No sé si me entiendes.
-Nos han jodido...



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miércoles, 9 de enero de 2008

Los piropos

Cuatro de los cinco varones de la oficina habíamos cogido el atubús 270 para volver a casa desde el trabajo. Yo había entrado el primero, y pude ver a lo lejos como había un asiento libre. En Corea los asientos de los autobuses son bienes muy valiosos (salvaguardan tu integridad física de frenazos y acelerones); por lo que si no hay ninguna embarazada o señora mayor, es recomendable hacerse fuerte en ellos. Aceleré el paso, y conseguí abrirme paso hasta acomodar definitivamente mis posaderas. El resto de españolitos se puso a mi lado en el pasillo, de pie.

No pasó demasiado tiempo y los chicos empezaron a hacer comentarios soeces sobre la chica coreana que estaba a mi lado sentada y de la que ni me había percatado. La chica era guapa, y es probable que de haberla visto a lo mejor me hubiera incorporado a aquella típica fanfarronería masculina grupal por propia inercia; sin embargo, yo simplemente era feliz en mi asiento, ajeno al mundo.

Es una maravilla hablar de la gente sin que se entere. A su lado, y con total impunidad. Disfrutamos siendo españoles en Corea: comentarios del tipo "qué buena está tu compañera de asiento" o "vaya escotito que me gasta la niña" fueron de los más suaves que se oyeron. Puede el lector imaginarse otros cánticos de mayor graduación. Me fijé en la moza, que alternativamente veía la televisión y mandaba mensajes por el movil; una coreana más. Minifaldera y algo más exhuberante de lo habitual. Se sucedieron los dudosos piropos durante un par de paradas. Cuando la chica se giró y me preguntó en un perfectísimo castellano si éramos españoles, todos palidecimos...



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lunes, 7 de enero de 2008

Calvos II

Los calvos somos crueles. Malvados. Envidiamos el pelo ajeno. Deseamos la alopecia al desconocido así como a nuestra familia y amigos. Sufrimos nuestra calvicie con resignación, pero disfrutamos y esbozamos diabólicas sonrisas cuando vemos a calvos de mayor graduación que la nuestra.

Sin embargo, no existe nada más gratificante para un calvo que recibir a un nuevo socio en el club. Este placentero sentimiento se acrecienta especialmente si el nuevo calvo en cuestión es un antiguo guaperillas o algún personaje famoso de la tele. Probablemente vosotros no-calvos aún no os dais cuenta de que mucha gente que os rodea está sufriendo en silencio, pero entre calvos no hay engaños. Un calvo destapa a otro calvo, y no hay bisoñé, betún, flequillo o peinado que consiga engañarnos.

El futbolista Fernando Morientes, El príncipe Guillermo de Inglaterra o el mismísimo Daddo Lecquio son algunos insignes personajes que están pasando por momentos capilares difíciles... Seguro que muchos de vosotros, queridos amigos calvos, teneis en mente a más de un famoso que ya es miembro del club pero no lo sabe. Os conmino a que los compartais con nosotros a través de algún comentario...

jueves, 3 de enero de 2008

El Ingeniero

Aterricé en Seoul cansado de un largo viaje de más de doce horas. Deseaba llegar a mi nuevo apartamento y echarme a dormir. Las llaves del apartamento 406 las debía tener el portero en la portería, pero no todo salió como estaba planeado.

Una vez llegado al edificio, cuando intenté comunicarme con el susodicho en mi más que cuestionable coreano, pude entender que no había ni rastro de mis llaves. Contrariado, me acerqué a la agencia inmobiliaria (maletas incluidas) para solucionar cuanto antes el enigma. En la agencia tampoco sabían nada de las llaves, y ellos, muy precavidos, tampoco tenían copia alguna. Estaba literalmente en la calle, tirado. Tras numerosas llamadas y más de una hora de espera, la dueña de la agencia finalmente me dijo que no había llave alguna, habían desaparecido; por lo que la única opción posible era llamar a un ingeniero. No debía preocuparme. En una hora mi puerta estaría abierta y podría entrar en mi nuevo hogar coreano.

Como la puerta de la casa de Ciro es electrónica, y se puede abrir o bien con la llave o bien con un código secreto (el de Ciro es 56721), supuse que la mía sería similar. Imaginé al ingeniero intentando descifrar el complejo código a través un sofisticado aparato electrónico, acoplado a la cerradura, mediante un sistema heurístico hexadecimal.

Cuando me avisaron de que la puerta ya estaba abierta, subí a casa, y el ingeniero aún estaba en la puerta. Era un hombre bajito, de unos 70 años, y sólo había traído tres herramientas; un cincel, un martillo y un destornillador. La cerradura no era electrónica, pero el resultado hubiera sido el mismo: una cerradura arrancada a martillazos sustituida por otra nueva... El trabajo había sido fino.

Una de las cosas que he aprendido de Corea es que todo el mundo tiene un título. hasta el más membrillo. El cerrajero es ingeniero de puertas, el que trae el tóner a la oficina técnico de copiadoras, y el que te sirve un café es vicepresidente ejecutivo. Las apariencias y el estatus tanto en la vida coreana como en los negocios son muy importantes, y sin título no eres nadie.

Roldán en este país podría haber sido Emperador.